En el actual contexto la actividad agropecuaria se posiciona como un sector importante en un eventual y anhelado proceso de recuperación económica, tal como sucediera en la salida de la crisis 2001/2002, lo que exige prestar mayor atención que la usual a los principales factores que influirán en el resultado productivo y en el efecto multiplicador del ciclo agrícola 2020/2021.
Entre noviembre de 2017 y mayo de 2020, fechas que comprenden un período de 31 meses, la economía argentina se contrajo un 25,8% según la medición que INDEC realiza a partir del Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE).
No hay registros, al menos relativamente contemporáneos, de una depresión de esta magnitud, ni siquiera en la gran crisis previa, todavía fresca en la memoria colectiva, de los años 2001/ 2002; en esta última depresión, y considerando un período también de 31 meses, desde diciembre de 1999 a junio de 2002, cuando la economía ya iniciaba su recuperación, la contracción fue del 17,2%.
En el plano sectorial, y comparando el nivel de actividad de este año con el del 2017 (primeros 5 meses), los sectores que aparecen más afectados por la crisis económica son la construcción, hoteles y restaurantes, actividades de servicios varias, la industria y la actividad comercial; estas actividades económicas han operado este año entre un 20% y un 40% por debajo del nivel que mostraban hace 3 años atrás. La actividad agropecuaria, por su parte, es una de las que mejor posicionada se encuentra, sólo presenta un ajuste del 6% en este período.
¿CONTRIBUIRÁ EL CICLO AGRÍCOLA 2020/2021 A SALIR DE LA CRISIS?
En las salidas de todas las crisis económicas importantes, el agro siempre ha tenido una participación relevante, particularmente en aquellas regiones del país donde la actividad es más fuerte.
De acuerdo a Cuentas Nacionales, el agro genera en forma directa el 8% de la riqueza nueva que se genera cada año, pero este porcentaje se duplica (y más) en las provincias pampeanas y además se expande si en la medición se incluyen todos los efectos económicos indirectos que deben atribuirse al sector (ventas de maquinaria, de combustibles, de servicios de transporte, de productos químicos, etc.).
Si bien se trata de un sector heterogéneo, con muchos matices, donde los productos se distribuyen entre el mercado interno y externo con diferente intensidad (por caso, la soja no sigue el mismo camino que el tomate), es un hecho que éste se encuentra, en términos relativos, más aislado de los vaivenes de la demanda interna que las restantes actividades productivas, atributo que le permite no sólo sostenerse cuando ésta última se contrae, por los motivos que fuesen (crisis de confianza, restricción de crédito, inflación y pérdida de poder de compra de los salarios), sino también aprovechar mejor las oportunidades de consumo y de inversión que suelen aparecer en medio de estos procesos tan traumáticos.
Concentrando el análisis en la principal actividad agropecuaria, la producción de granos, debe recordarse que el ciclo agrícola en curso es el 2020/21, que la siembra del trigo y otros cultivos de invierno está lanzada y que la producción dependerá de la evolución del clima y de la tecnología que se aplique en el cuidado y desarrollo de los cultivos en sus distintas etapas.
Por otra parte, de acá a un par de meses empieza la siembra de los cultivos de verano, los que se cosecharán entre marzo y junio del 2021, y serán determinantes para consolidar un posible proceso de recuperación económica en el próximo año. Respecto a lo que puede pasar, hay dos factores, de tipo exógenos, que son determinantes para el sector agropecuario, el clima y los precios internacionales.
Aparecen luego los factores domésticos, aquellos que definen los precios relativos internos (tipo de cambio, impuestos y regulaciones específicas) y el ambiente de negocios en general (estabilidad de precios, oferta de créditos, legislación laboral, etc.). Se repasan a continuación algunas de estas variables
CLIMA
Se han encendido algunas luces amarillas en el tablero climático, que generan preocupación en cuanto a su impacto sobre el ciclo agrícola 2020/ 2021. En algunas regiones del país (Córdoba, Santa Fe), el otoño y lo que va del invierno están siendo particularmente secos, poniendo en riesgo la productividad de los cultivos de invierno. En estas regiones mencionadas, el agua disponible en los perfiles se ha reducido en forma considerable y contrasta por caso con la situación que prevalecía a la misma fecha (fines de julio) del año pasado.
En mejor condición se encuentran el centro y sur de Buenos Aires, un dato no menor, dado que se trata de la principal zona triguera del país. Si se considera que el área sembrada de trigo (y los restantes cultivos) probablemente sea igual o menor a la del año pasado y que las condiciones climáticas no están siendo las ideales, el escenario base (o más probable) es de una producción estabilizada o menor a la del último ciclo, proyección que no es por supuesto una buena noticia dadas las necesidades de la economía argentina.
En lo que respecta a los cultivos de verano, maíz, soja, sorgo, etc., un buen punto de partida requerirá de una regularización de las lluvias en los próximos meses (recarga de los perfiles), y luego condiciones favorables en los meses de verano. Una variable que se está monitoreando es el género que adoptará el fenómeno ENSO (El Niño Southern Oscillation), que el INTA define como un patrón climático recurrente que implica cambios en la temperatura de las aguas en la parte central y oriental del Pacífico tropical, que puede asumir tres fases diferentes: Niño, Neutral y Niña.
El punto importante para recordar aquí es que cuando el ENSO converge a una fase Niña suele haber menor frecuencia de lluvias en las principales zonas agrícolas del país. Actualmente los modelos que proyectan la situación que puede prevalecer en los próximos meses (primavera y verano) no son concluyentes y se encuentran en un rango que va desde una fase neutral hasta una Niña débil que, de ser este último el caso, no sería por supuesto muy bienvenida por sus antecedentes históricos.
PRECIOS INTERNACIONALES
Los precios internacionales de las commodities contribuyeron en la salida de la crisis económica 1999/2002 (y, vale decir, también fueron determinantes en el ingreso a este ciclo económico tan negativo). Entre enero del 2002 y diciembre de ese mismo año la Soja subió un 30% en el Golfo de México, principal mercado de referencia en ese entonces, traccionada básicamente por una gran suba del Aceite de Soja (+50%, precio FOB Argentina).
La cotización de la Harina de Soja (referencia Hamburgo) se mantuvo relativamente estable, mientras que las del Maíz y el Trigo crecieron en 16% y 13%, respectivamente. En el 2003 la Soja volvió a subir fuerte, en ese año un 33%, la Harina, que venía más rezagada, se puso a tono con una gran suba del 47% y también volvieron a subir el Aceite de Soja, el Maíz y el Trigo (15%, 4% y 25%, respectivamente). Es decir, entre enero de 2002 y diciembre del 2003, la Soja y el Aceite de Soja aumentaron un 70%, la Harina de Soja y el Trigo un 40% y el Maíz un 20%.
En el contexto económico global actual, de caída de ingresos generalizada, incertidumbre, desaceleración del comercio y guerra fría entre los dos países que disputan el liderazgo mundial (Estados Unidos y China), parece difícil volver a contar con una ayuda para poder salir de la crisis, como la que se observó en 2002/2003 en materia de suba de precios internacionales de commodities, en particular por la magnitud que tuvo el reacomodamiento de los precios en ese entonces.
Si bien China sigue estando muy demandante de commodities y está siendo clave para sostener los precios, su economía ya no crece como antes, y otros factores muy potentes para traccionar la demanda global que operaron en el pasado, como lo fueron los biocombustibles, no se visualizan en el horizonte del mercado. Si se repara en la dinámica de precios internacionales de los últimos 18 meses (enero 2019 a junio 2020), se encuentra una volatilidad importante, pero con una media relativamente estable, es decir los precios suban y bajan, pero en torno a un valor si se quiere fijo, que parece equilibrar las fuerzas del mercado.
Por ejemplo, en el caso de la soja, ese precio está en el orden de los US$ 350 / tonelada. Para tener perspectiva, repetir un fenómeno de suba como el del 2002/2003 exigiría que los valores de la oleaginosa se fuesen por encima de los US$ 550 /ton, una cifra que luce hoy inalcanzable salvo que se produzca un gran problema productivo (sequía) en alguno de los tres líderes del mercado (Argentina, Brasil o Estados Unidos).
En síntesis, el escenario base de precios externos que enfrentará la próxima campaña de granos gruesos (2020/21) debería construirse tomando como referencia valores medios de los últimos dos/tres años que, si bien no son precios bajos, tampoco son lo suficientemente altos como para absorber los elevados costos impositivos que se enfrentan en Argentina y en paralelo garantizar una relación rentabilidad/riesgo lo suficientemente atractiva, sobretodo en algunas zonas agrícolas del país, como para traccionar un flujo importante de inversiones y de apuestas de capital.
PRECIOS RELATIVOS INTERNOS
Los precios relativos internos son, finalmente, los que terminan definiendo la decisión de los productores, y como se sabe, dependen de la evolución de las cotizaciones internacionales, ya comentadas anteriormente, las políticas cambiarias y tributarias locales, y la dinámica que muestren los restantes precios de la economía (insumos transables, maquinarias y servicios no transables).
Si se repara en el poder de intercambio de la soja, principal cultivo, en términos de una canasta de bienes y servicios de consumo, en lo que va de este año (7 meses) se mantiene en un nivel muy parecido al de los dos años previos (2018 y 2019), levemente por debajo de la media de los últimos 22 años, pero quizás lo más importante, un 30% por debajo del poder de fuego que llegó a tener en el período 2002/2004, y que fue tan importante en aquel entonces para estimular las decisiones de inversión en activos vinculados a la propia actividad agrícola y para traccionar y acelerar la salida de la crisis de otros sectores económicos (construcción, consumo de bienes durables).
En síntesis, los precios relativos internos del principal producto agrícola argentino se mantienen en los niveles de los años previos, que no son bajos en relación a, por caso, los valores que se observaban a fines de la Convertibilidad o en algunos años recientes (2015, 2017), pero que distan ser tan elevados y atractivos como lo fueran allá en la salida de la gran crisis económica 2001/2002.
En aquel entonces y a diferencia del contexto actual, el tipo de cambio real se encontraba en niveles bastante superiores y los derechos de exportación, si bien ya eran altos, se aplicaban con tasas menores a las actuales (33% hoy vs 23,5% en esos años).
APRECIACIONES FINALES
La economía argentina necesita salir rápido de la crisis económica, de forma tal que los daños que hoy sufre el tejido productivo y social no se vuelvan permanentes y muy difíciles de sanar. Ciertas actividades están volviendo a la normalidad, rebotando en términos económicos, caso de la construcción y la industria, a medida que la política de aislamiento obligatorio lo va permitiendo y se va disipando el temor al contagio del virus por parte de la población, particularmente en ciertas franjas etarias.
Otras, más vinculadas a los servicios, donde la propuesta de valor se basa en la interacción presencial, se encuentran bastante más comprometidas, y pasarán seguramente muchos meses hasta que puedan recuperar el nivel de actividad de los meses prepandemia. El agro ha tenido siempre un rol importante en los procesos de recuperación, por su menor dependencia a las condiciones de la demanda interna y la naturaleza de los productos que ofrece a los mercados.
En la actual crisis y pensando en la salida, la relevancia de tener un ciclo agrícola 2020/2021 exitoso se acrecienta, apareciendo aquí como factores claves, el clima, los precios internacionales y las condiciones generales que ofrece la macroeconomía y la política económica a los productores de bienes y servicios agropecuarios. El clima, la ausencia de lluvias, el fenómeno ENSO y la probabilidad de una Niña neutral, está prendiendo algunas alarmas y es un factor que deberá monitorearse con atención en los próximos meses.
En cuanto a los precios internacionales, si bien resisten en la crisis global y se han verificado algunos aumentos, sigue habiendo riesgos de reversión y claramente no habría que esperar un ciclo de alza de la magnitud como la que se observara allá por 2002/2003 (+70% de suba de la soja, punta a punta), fenómeno que facilitaría sin dudas la recuperación de la economía en aquel entonces. Finalmente, habrá que seguir con mucha atención la situación cambiaria, la política tributaria y las acciones que se llevan adelante para contener la inflación.
Los precios relativos internos de los granos no están en niveles muy bajos, pero tampoco disponen de mucho margen como para absorber atrasos cambiarios y/o mayores impuestos, al menos si se pretende que la próxima siembra de granos gruesos, que debe definirse en el último cuatrimestre de este año, sea lo suficientemente potente como para ilusionarse con una buena cosecha en el 2021.
Autor: Juan Manuel Garzón Economista Jefe del Ieral de Fundación Mediterránea